Un verano más para brujulear por Oriente Medio. Aunque uno viva en esta parte del mundo siempre se encuentra con sorpresas inesperadas y con lo de ‘inesperadas’ me refiero a sorpresas poco agradables. Esto de oriente medio va muy acompañado con la suerte que tengas. Al pie de frontera y sin visados, entras en una rifa de qué oficial te va a tratar mejor o peor. No son solo chupatintas, son militares, marciales de gobiernos por donde casi no pasa la luz. Este viaje fue un viaje relámpago entre Egipto, país donde resido, Jordania, Siria y Líbano. A excepción de Jordania, el resto de esto países ya los había indagado con la diferencia de que esta vez lo iba a hacer cruzando el paso fronterizo por tierra y no por aire. Para llevar a cabo un viaje con tranquilidad que te permita perderte por más pueblos y zonas inexploradas, hace falta una mínima de 10 días por país. Con mochila y pasaporte en mano lancémonos a lo que se nos presenta como vacaciones embrolladas pero al mismo tiempo las más satisfactorias.
De Egipto a Jordania con la familia palestina
Como ocurre en muchos viajes, siempre llegas a simpatizar con alguien que va a hacer la misma trayectoria. Esperando el autobús de Alejandría a El Cairo, una pareja de mediana edad se acercó y empezamos a hablar. Eran palestinos residentes en Estados Unidos. La conversación se extendió casi las cuatro horas de viaje a El Cairo. Sin embargo, en uno de estos momentos en los que hablábamos sobre Egipto y compartíamos experiencias, un señor egipcio que se encontraba sentado detrás de nosotros intervino: "No voy a permitir que hablen de mi país". Se dirigía con descortesía y mirada amenazante al palestino quien, tras recibir un tu ya eres más americano que palestino, contestó: "Señor, yo soy tan árabe como usted"
Tristemente este tipo de altercados no me sorprenden. Los egipcios puede que parezcan receptores de inmigrantes árabes sin ánimo de xenofobia, pero como en todos lugares, luego resultan muy poco solidarios y tolerantes con ellos. El tema palestino les llega muy dentro. Unos les tachan de hacerse las víctimas, otros de llegar y alzar la lucha desde Egipto, motivando un desorden social. Por su parte, los jóvenes han llegado a extender la moda del pañuelo palestino de todos los colores imaginables, las pijas llevan el rosa, los pijos el azul marino… Pero muy pocos de ellos participan activamente en la lucha continua por la apertura de Rafah.
(Foto: ITXA. En el barco con la familia palestina.)
Bueno… el viaje…
La verdad es que las casi 20 horas de viaje dentro de Egipto fueron bastante sufribles. En El Cairo nos juntamos con una pareja de abuelitos. Ella, alejandrina y él, palestino. Ambos viven en Amman y habían pasado unos días en casa de la familia de la mujer con motivo del mes de Ramadán. Con ellos se completaba el círculo familiar.
Los abuelitos palestinos viajaban provistos de nevera, camping-gas y todo lo imaginable, por lo que no nos faltó en ningún momento un bocado que echarnos a la boca ni un agradable café turco que despertara nuestros aturdidos sentidos. He mencionado que estamos en Ramadán. Quizás sorprenda que estuviéramos casi en un pienso todo el viaje. Bueno, los compañeros de viaje eran todos musulmanes pero cuando se está realizando un viaje largo, el Islam excusa de ayunar a sus fieles. Cuando vuelvan a sus hogares recuperarán los días de ayuno perdidos.
Todavía recuerdo al pintoresco abuelo palestino: con sus pantalones estilo hippie de colores y su camiseta azul turquesa, no he visto a un abuelo que vista tan juvenilmente en mi vida, ni siquiera en España. Su voz solo la oí cuando había que hablar de política… estos palestinos son los árabes que más hablan de este tema, con diferencia.
Todo fue bien. A pesar de que estábamos agotados y el calor empezaba a apretar cuando llegamos a Nueba, pasábamos el rato hablando de la vida y de lo que íbamos a hacer al llegar a nuestros destinos. Hasta que apareció un señor bastante atípico. Con un Assalem wa Aleykom nos saludaba y comenzaba a entablar conversación con nosotros. Quise mantenerme fuera de ella, pero prestaba atención a lo que después se iba a convertir en una conversación bastante frustrante.
Contó que iba a recoger a unos señores que llegaban de Arabia Saudita y que él mismo había estado allí. Cortó su monólogo cuando vio sorprendido que todos estaban comiendo y bebiendo café. Dijo que un verdadero musulmán debe ayunar incluso durante los viajes. La abuela le contestó que éste era un viaje muy largo, razón que él rechazó tajantemente mientras comenzaba a ponerse un poco nervioso. Dijo que era uno de los estudiantes del Al-Azhar, universidad de El Cairo donde se forman muchos de los hombres religiosos del Islam, expertos en la hermenéutica coránica y la interpretación de los ahadiz, o hechos del profeta. Después del rollo que nos soltó, sacó de su cartera una tarjeta verde con la bandera saudita. Era miembro de una asociación wahabbista. Claro, ahora entiendo todo, me dije.
Cuando ya ni siquiera le estábamos escuchando, me miró y dijo: "¿Está casada?" Rania, la mujer palestina asintió rápidamente… "Sí, sí, sí…" Sé que lo hizo para protegerme. Aunque hubiera sido divertido ver cómo actuaba y qué me decía. Entonces, me dirigí a él por primera vez: "Pero si veo que usted ya estás casado…" Nos miró y se dibujó en su faz una sonrisa viciosa: "Sí, pero quiero casarme con una extranjera, ¿conocéis a alguna?"
Empezamos a reírnos y a reprenderle que nos hubiera dado el sermón para luego venirnos con estas historias. En fin. Éste es solo un ejemplo de muchos que nos podemos encontrar por ahí.
Rumbo a Jordania cruzando el Mar Rojo
Llevábamos 20 horas desde que salimos de Alejandría entre carreteras desérticas y montañas del Sinaí, esperas y papeleos burocráticos para salir de Egipto y embarcar en una de las lanchas rápidas que alcanzan Aqaba. Siempre es necesario llevar dólares en el bolsillo, en este caso, para pagar el barco que sale de Nueba en la costa egipcia del Mar Rojo. En total cuesta 70$ o 80$, dependiendo del tipo de barco y de clase. Te ponen el sello de salida del país (lo cual ya te han cobrado en el billete) y nada más. En unas escasas horas estás al otro lado del Mar Rojo, en Jordania.
Allí te encuentras con los primeros taxistas que intentarán sacar partido de tu bolsillo. En mi pueblo a este tipo de personas que te engañan constantemente con los precios se les llama usureros, pero bueno. Los ta-xis-tas son gente difícil de tratar, una raza aparte. Puede haber risas y colegueo, pero en contadas ocasiones esto significará que te cobre una cantidad razonable según distancia-gasolina. Muchas veces al preguntarte dónde vas a alojarte te recomiendan otro hotel. Esto es porque si consiguen que te alojes allí se llevan comisión.
Con uno de ellos terminamos pactando un precio asequible para llegar a Wadi Musa, la localidad cercana a Petra, el paraje arqueológico que más me ha impresionado hasta ahora. (foto: ITXA. Pueblo jordano)
Eran cerca de las 6.30pm, hora del Iftar o primera comida del día para el taxista que nos conducía a toda prisa nuestros primeros kilómetros jordanos. El paisaje jordano nada tiene que ver con la llanura egipcia. Jordania es un país más montañoso, árido y lleno de colores. El blanco de las casas se extiende por las laderas de la montaña como si fueran pinos. Caminar por las calles es una aventura física agotable, con subidas y bajadas vertiginosas. El pobre taxista paró en la entrada de una casa. Al poco rato salió un hombre mucho más mayor que él y me preguntó que si podíamos esperar unos minutos a que comieran y bebieran algo. Pensaban que yo era árabe algo que, por cierto, a veces me ha causado algún problema.A veces ocurre que muchos llegan a pensar que en España el árabe es lengua oficial... En fin.
Les comenté a los colegas de taxi lo que sucedía. Dos de los jóvenes nos miraron extrañados. "No os preocupéis, comerá en cinco minutos contados", añadí. Así que, invitados a un té y dulces, esperamos en una salita donde los niños miraban a los colegas de viaje con asombro mientras se reían y comentaban entre ellos cosas graciosas, seguramente sobre su color de pelo y sus ojos azules.
Ya en el hotel, me senté y pedí un zumo refrescante para beber. Sentía mis piernas entumecidas, mi cabeza estaba atontada y poco oxigenada. Menos mal que comprender el árabe jordano no resultó tarea difícil. El jovencísimo dueño del hotel nos proporcionó a todos alojamiento. Había que descansar, al día siguiente sería un día cargado de horas y horas de caminata por Petra.