Cómo el 11-S y la segregación pueden cambiar a los jóvenes musulmanes
Muchas veces, millones de veces, hemos visto en la televisión aquellas escalofriantes escenas del Trade Center convirtiéndose en escombros. Tras este hecho vinieron varios sucesos que han cambiado el rumbo de la historia, no solo de Occidente, sino también de Oriente. Los que antes no comprendían a la comunidad musulmana ahora no los pueden ni ver. Otros piensan que si vas a un país árabe te apedrean si no vas con velo puesto, otros tantos se niegan a llevar a sus hijos a la escuela para que no esté sentado al lado de un “moro”. Por parte de algunos musulmanes también se aprecia cierto desprecio hacia otras religiones o a ciertas costumbres occidentales.
Lo cierto es que el teatro Entre Moros y Cristianos debería haberse quedado en eso, un teatro. Algunos seguro que están tan hartos como yo de los topicazos sobre el Islam, de ahí que haya decidido poner en marcha este blog (de paso dejo caer alguna noticia que otra) y algunos cursos que terminen de re-formar mi cabecita formada bajo el auspicio de monjas mercedarias. Así, conociendo ambas partes me gustaría esta vez darles a conocer una parte, una minúscula parte de millones de partes, de musulmanes que están en todo el mundo y que han sufrido también las consecuencias de ese desastroso y triste 11 de Septiembre.
Se llama Ahmed o mejor dicho, Sheij Ahmed que es como le llamamos sus amigos. A pesar de que no es más que un joven adulto de unos 28 años, sus amigos ya nos hemos acostumbrado a relatarle nuestros problemas de todo tipo: amorosos, familiares, espirituales, profesionales, educacionales… Él escucha y asiente, te deja terminar y determinar tu postura, te termina de dejar que pienses en voz alta y, después de una inmensurable paciencia, te contesta y el punto final lo marca su: Everything will be ok, we shall see (Todo irá bien, ya veremos…).
Ahmed era un chaval cualquiera, rebeldillo a su estilo, escuchaba algo de música rock, llevaba pelos más largos de lo normal y cada viernes acudía a rezar con su padre y hermano pequeño. Al tener hermanos él debía cumplir con un servicio militar estrictamente impuesto en Oriente Medio que puede llegar a durar los 3 años. Pero él quería salir y ver mundo, algo que si deseaba hacer antes de servir a la patria debería ser en el periodo universitario. Su tío vivía por entonces en Nueva York y hablando con sus padres lograron convencerles para su traslado temporal a los Estados Unidos de América, algo que a Ahmed le sonaba a libertad, a oportunidades y madurez personal. Y se marchó. Y fueron dos veces.
La segunda vez tuvo la mala suerte de sufrir indirectamente el atentado contra las Torres Gemelas en NY, con miradas de odio andaba cabeza agachada por el aeropuerto de vuelta a casa. En el punto de registro de maletas él fue dirigido a una habitación a parte.
Llegado, por fin, al hogar y a su país, donde pudo respirar tranquilo, tomó aliento, cogió el Corán… y no lo soltó. Pasaba tanto tiempo leyéndolo que su barba creció. Pero esta actitud tan devota no era algo nuevo, estando en los Estados Unidos él se sentía parte de esa minoría musulmana como nunca lo había sentido antes en los países árabes, identidad, me repite, lo hice por seguir mi identidad.
Y, de este modo, se dejó llevar por un grupo de personas que se hacen llamar salafistas. Esta rama del islam se diferencia de los conocidos Hermanos Musulmanes porque aquí no tienen una agenda política muy definida, digamos que en algunos países es más un movimiento espiritual -lo que no quita que sea radical-. Según Ahmed, conocedor de los dos movimientos, si los HHMM quieren el cambio desde arriba (para lo que necesitan llegar al poder), los salafiyin o salafistas lo quieren desde abajo, con un pueblo convencido en que es necesario seguir el Corán al pie de la letra. Además, estos salafistas a veces protagonizan escenas de repudio o intolerancia hacia aquellas personas no musulmanas. Y ésta fue la creencia de Ahmed durante un tiempo.
Quiero dejar claro que el tema salafista es muy amplio y controvertido, sí. Sé que algunos ya estaréis pensando en algo más grave.
La barba larga desembocó en otra actitud en su vida “social”: consideraba a sus amigos un poco más infieles por tener pensamientos impuros, no daba la mano a mujeres ni chicas, de la universidad iba directamente a casa: nunca iba a conciertos, ni quedaba tanto como antes con sus amistades (por si acudía alguna chica que le mirara con otras intenciones o, lo que es peor, hubiera alguna chica no musulmana). Pidió la mano de su novia, pero ésta estaba tan asustada del brusco cambio que se negó rotundamente. Entonces, el sheij Ahmed lo era para cualquier taxista o viandante quienes le paraban y preguntaban por consejos u opiniones sobre suras del Corán. Tenía 23 años, aunque aparentaba unos 35. Y, más de una vez, la policía le tomó por simpatizante extremista, sin embargo, en el fondo él nunca lo fue.
Quizás fue gracias a esto que, poco a poco, fue perdiendo esa tensa actitud hacia Occidente. Se dejaba criticar por los amigos que le repetían una y otra vez que se afeitara. Hace dos años su barba desapareció y mucho más tarde fue cuando yo le conocí: rebosante de alegría y optimismo. Y es él quien ahora me ayuda a comprender e interpretar alguna sura que otra que despierta mi interés y ciertas manifestaciones de la cultura árabe actuales.
Foto: ITXA. Mujeres con el típico burqa Siwi en el Oasis de Siwa (lugar sobre el que también me gustaría escribir otro día)
¿Fue por el 11-S? ¿Por la falta de valores en Occidente? ¿El ateísmo?, le pregunto. Tras los momentos de meditación y fruncir el ceño dice que fue por sentirse extraño en un país que no era el suyo, porque el profeta se le presentaba como un ejemplo a seguir y, después del 11-S estaba más interesado en el tema social y algunos de estos movimientos le ofrecían llenar este hueco que también llenaba con la religión.
No sé si habrán podido comprender la historia aquí intrínseca. Cuando hablamos de extremismo o fundamentalismo en el Islam nunca pensamos que nosotros, los occidentales, seamos parte culpables de provocar esto. No entono nuestro
Mea Culpa, pero sí quisiera poner de manifiesto que la segregación de minorías provoca una actitud de defensa (y a veces ataque). Es lo mismo que ocurre con la España nacionalista o con la Europa de una Unión que generaliza y que pretende borrar unas diferencias que a veces se les llama diversidad cultural y otras ghettos, como les venga en gana.
Pero no entiendo ese odio y discrepancias entre unos y otros si, al fin y al cabo, creemos en el mismo Dios, evocan muchos.
Qué pena que esto no sea suficiente.