Si cada día pudiera contaría mil cosas que ocurren en esta ciudad. Es imposible hacerlo, sobre todo porque si cuentas todo de golpe, pierde un poco el sentido y la fuerza que provoca cuando tú mismo/a lo vives. Sin embargo, hay cosas que me gustan escribir por impotencia. Porque solo se puede contarlo y no hacer mucho al respecto. Porque, como dicen los compañeros de
Reporteras Sin Fronteras:
si no lo contamos, no existe.
Una historia entre las "historias de siempre"
Estábamos invitados a comer en casa del antiguo portero de un colega catalán, también periodista, que ahora está en mi casa de okupa :) El portero de
Dralmo, el bawab, se llama Nagui.
Nagui es un tipo bastante peculiar. A simple vista, un egipcio sin nada que ofrecer. Pero nunca, nuca, subestimes a una persona porque detrás de cada individuo hay una historia que contar. La historia de Nagui es la de un hombre honrado, trabajador y pobre que vive con su mujer y sus dos hijas en una casa que él mismo construyó a las afueras de Alejandría, cerca de la carretera que lleva a El Cairo.
Cogimos una mashrua', que aunque en árabe quiere decir 'proyecto', es así cómo se les llama en Alejandría a los minibuses. En un punto dado, nos bajamos y caminamos carretera abajo. Luego nos metimos por un camino desde donde se veía lo que podría llamarse urbanización. Urbanización, porque estaba formada de casas colindantes unas con otras; urbanización, porque tenía sus tienditas, eso sí, muy limitadas; y urbanización, porque tenía sus niños jugando y correteando por las calles de tierra, entre ladrillos, cemento y palas.
"Yo fui el primero en llegar aquí. Como no podíamos vivir en Alejandría porque todo era muy caro, decidimos venir a este terreno y hacer nuestra propia casa", nos relata Nagui. Poco a poco la gente que se encontraba en la misma situación que Nagui hizo lo mismo y fueron edificando sus casas con un poco de cemento, ladrillos, maderos y casi nada de pintura. Así es como ellos viven. El agua y la luz la 'pinchan' ilegalmente, pero al menos, no les falta. Los trabajos a los que pueden acceder están muy mal pagados.
En el caso de Nagui, su trabajo consiste en estar guardando un bloque de pisos, limpiarlo, hacerse cargo de los recados, bajar la basura...él es un bawab. Es además, un hombre con mucho corazón, un tipo bastante abierto. La religión para él no supone un dictamen. Yo, la verdad, no sé si lo hace por convicción o porque realmente no ha tenido la oportunidad de estudiar el Corán o de escuchar a un sheij. A pesar de todo, cuando entramos en su casa, escuchamos que de fondo tiene puesto un cassette de recitaciones coránicas.
Empiezo, muy poco a poco, a entablar conversación con la mujer, una bellísima mujer que trata a su marido como si fuera su mejor amigo. Al contrario de muchas mujeres pobres, ella es bastante dicharachera. Hace comentarios cuando su marido habla, se ríe, 'pisa' la conversación de su marido... Y, tengo que añadir, es una mujer que cocina estupendamente. La mejor molokheya que he provado en mi vida ha sido en esta casa.
Las dos niñas son también muy guapas. Una de ellas, la mayor de 7 años, es bastante menuda y muy delgadita. Su hermana pequeña parece más mayor que ella si no fuera porque es bastante más niña en su comportamiento. No recuerdo en qué momento fue, pero pronto cogieron confianza conmigo y me encerraron directamente en una habitación.
Allí empezaron a enseñarme su bisutería, que les había traído una colega francesa como regalo, reciclando cosillas de cuando era pequeña. Se disfrazaron, hacían como si estuvieran maquillándose los ojos, la cara, la nariz, el cuello, las uñas... A mi también me vistieron, con ropa de su madre. Me colocaron un khimar (uno de los tipos de velo islámico) y me pintaron las uñas. Al cabo del rato, llegó la hora del baile y la música. Hasta que su madre llamó a cenar.
La mesa estaba completamente llena, hasta los bordes, de comida egipcia. Tras el banquete y repetir mil y una veces 'es la mejor molokheya del mundo', el padre le dijo a la hija mayor que nos leyera la lección que se tenía que aprender antes de empezar el colegio este año.
Empezó a leer un texto, de vez en cuando nosotros le corregíamos: no, esto es una fatha, aquí es una Kh... El padre la miraba con preocupación y pronto toda esta escena de alegría se convirtió en una escena de drama.
"No has estudiado, solo has estado viendo la tele". Le reprendió el padre. La madre le insistió que leyera todo otra vez. Pero Nagui no aguantaba más y se fue de la habitación con Dralmo. Nos quedamos las hijas, la madre y yo. La niña se acurrucaba a mi lado mirando y musitando en voz muy baja alguna palabra del texto. La madre me explicó que ellos no podían leer, entonces, ¿cómo podían ayudarla? Ella debía escuchar muy bien al profesor particular para luego ella en casa repetir la lección sola. "¿Particular? ¿La niña va a lecciones particulares?", pregunté sorprendida. "Sí, claro. En la escuela nos digeron que debía hacer unas clases antes de empezar este año porque sino no tendría el nivel de los demás niños. Pagamos 60 libras la hora".
"¡Sesenta libras!", exclamé, "pero eso es muchísimo". Imaginaos, si el hombre llega a cobrar solo 400 libras al mes.
"¿Por qué no aprendéis vosotros también a leer? Hay asociaciones que deben hacer este tipo de servicios", pregunté. "No, no... es demasiado tarde y no hay organizaciones, no hay nada".
La verdad es que las hay, pero nunca llegan a todos ni a todo. Ciertamente esta gente tiene un verdadero problema. En las escuelas insisten a los padres en que los niños deben hacer clases particulares solo para conseguir un dinero extra. Lo peor viene cuando es a gente muy humilde a quien les obligan a hacerlo.
Los padres también tienen algo de culpa. Culpa por no apagar la tele, por no ser verdaderamente firmes. Aunque no podemos apuntarlos a ellos porque la ignorancia es rancia y desgastadora de cualquier astucia. Les mienten, les quitan el dinero y todo se queda como si nada hubiera pasado.
Aquí no termina la historia. Además de este problema, de la educación de sus hijas, que será su futuro, Nagui y sus vecinos tienen que llegar a un acuerdo con el gobierno que les ofrece agua y luz legales pero a cambio deben pagar una gran cantidad de dinero. Otra vez las mentiras, porque todos sabemos que no tardarán de deshacerse de ellos. La ciudad crece y la construcción de viviendas es un negocio redondo.
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