Casi nueve horas andando por Petra despiertan mucho apetito. Te hartas de canturrear la banda sonora de Indiana Jones, hasta que te das cuenta de que solo los españoles que visitan este lugar lo hacen. A los franceses no les hace falta, llevan toda su existencia descubriendo cosas. Desde pequeña me ha gustado el tema de la aventura arqueológica. Tras el bombazo que supuso la saga de Indiana Jones han habido intentos de repetir la idea. Pero no dan el pego.
Los montajes de exteriores y la escenografía en sí es un arte indiscutible. Lo malo es cuando vas y visitas el lugar donde supuestamente se ambientaban las pelis, te llevas una desilusión. Es como ir a visitar el castillo de Braveheart que no está en Escocia, sino en Irlanda. Son solo paredes y laderas verdes.
Quien fuera niño.
Petra, que significa piedra en latín, es eso mismo… piedra. Petra es una ciudad rosa, de arenisca, excavada y esculpida en piedra en un valle que llega a hacerse infinito. Tiene hasta un anfiteatro romano, canales de agua que van entre las paredes y unas impresionantes fachadas. Los nabateos hicieron de este enclave su capital y hoy en día podría decirse que continúa su carácter comercial: es el lugar más caro de Jordania, tal y como dicen allí los beduinos.
Con mi manía de entablar conversación con los habitantes del lugar, llego a la cuestión de siempre: “¿Cuántas tribus de beduinos vivís aquí?” Unos me dicen que es una sola tribu con muchas familias. Al salir del monasterio, o Deir, me encontré con una mujer que pretendía venderme un collar por 50 dinares jordanos hasta que, tras intercambiar unas frases en árabe egipcio me lo dejaba por 5 o 10 ya no lo recuerdo. Nos ofreció un té y nos contó que ella era egipcia, del Sinaí, pero que se había casado con un beduino jordano. Pregunta: “¿Cuántas tribus sois aquí?” Respuesta: “¡muchas, muchas!”
En Oriente Medio es chungo hacerse con una fuente fiable.
Por el camino las niñas se acercaban vendiendo… piedras. “Shokran habibti” pero no compro piedras. Tras mirarme fijamente con unos ojos negros como el azabache y brillantes como el cristal, me dijo: “Khod, khod, hada hedeya” [Cógelo, cógelo, es un regalo] Sonreí y le dije que se la guardara para vendérsela a los siahiyin que venían, a los turistas. Ella sonrió aún más ampliamente y nos acompañó un trecho en nuestra ascensión al mirador. Portaba en sus manos una chaquetilla blanca muy bonita y nueva. Me extrañó, pero no le pregunté nada.
De repente, los primeros turistas que se cruzaban en nuestro camino. La niña se acercó corriendo a ellos y les enseñó la chaqueta. Ellos se miraron sin saber bien qué es lo que quería. Ya lo entiendo. Estaba subiendo el camino con nosotros para encontrar a la dueña de la prenda.
“¡Eh, Lawrence de Arabia! ¿Queréis dormir en el desierto de Petra?”. A cien mentros se acercan cuatro jinetes beduinos. Deben tener entre 20 y 30 años y todos comparten un mismo estilo de peinado mitad jamaicano mitad piratas del caribe. La verdad es que se parecen a Jack Sparrow (Jonny Deep) con sus pañuelos atados en sus cabezas, su melena negra y sus ojos pintados con kohol.
¡Uf! Ya nos gustaría, pero nos esperaban en otro desierto, el de Wadi Rum.
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