Terminados los días en Palmira, el próximo destino "planeado" (así, entre comillas como diría mi silenciosa compi de escapadas) es Hama. Y llegamos con las equivocaciones del turista en un nuevo país. Tengo que decir que la Lonely Planet deja mucho que desear y a veces se vuelve muy confusa. Lo que ocurre es que como no controles un poco el árabe, es más confuso todavía moverte por estos lares. Y añado: la gente que lo hace sin saber ni una pizca de este idioma, merece una ovación.
Tras horas de viaje en autobús, aguantando ya un calor seco sequísimo que por lo menos te libra de tener que preocuparte de si hay servicios o no (porque no necesitas ir de lo tanto que sudas), Hama se presenta ante nuestros ojos. Al principio, como una ciudad normal y corriente, pero todavía tiene ese particular de ciudad menos caótica y roñosa que otras del Oriente Medio.
En el hotel pregunto al señor de recepción por una habitación libre. Al oír mi árabe coloquial con varios "oh" como muletilla que viene a ser como decir "si" y que rompe abruptamente con el suave canto del arabe sirio, me mira y me pregunta: "¿Eres palestina?". "Ups", pienso, "esta nacionalidad es nueva". En mi vida me han dicho casi de todo... de todo lo comparable con india, brasileña, marroquí, argelina, italiana,... egipcia... Le digo que no, claro, aunque con eso sé que romperé el encanto. Le explico que vivo en Egipto, de ahí que yo tenga esta muletilla. Y él me explica que ese "oh" lo hacían mucho antes los palestinos.
Aquí en Siria se tiene mucha estima a los palestinos. Cierta empatía. Por eso, cuando se colorea, se coloca una bandera o se pega un cartel, la bandera siria acompaña en muchísimas ocasiones a la palestina.
El paseillo por Hama comienza por las famosas norias. Aunque desgastadas todavía ofrecen cierta impresión, pero seguro que si corriera algo más de agua sería más bonito (para la vista y para el olfato). Con la noche encima, las calles parecen estrecharse más y más, hasta tal punto que sin saber muy bien cómo, me veo dentro de un Atelier. Un lugar donde unos cuantos artistas sirios tienen su pequeño taller de pintura o escultura.
Hace 10 años un grupo de artistas decidieron montar este proyecto conjunto. Con ayuda del gobierno construyeron un lugar con aire nostálgico y armonioso en un rincón pacífico de la ciudad. Aquí encuentrar parte de su inspiración, trabajan, exponen y venden sus obras de arte. Cada uno es diferente y las técnicas, por ende, así lo son también.
Emed, por ejemplo, utiliza sobre todo el óleo, no obstante nos sorprende mostrándonos unas pinturas hechas 'al café'. Por eso decido comprarle una bonita lámina que representa a una familia árabe sobre fondo de casas de piedra. Y, oliendo a café, pasamos a ver el siguiente taller, el de Hassan. Hablando un poco de todo, comenta que el mundo artístico en Siria está despertando, pero todavía es una tarea muy complicada que crea muchos quebraderos de cabeza en la familia.
La vida del artista... Tan bonita que llega a resultar abstracta... y no se vive del aire.
Así que, de vuelta al mundo del viajante que no puede parar (ni comprar un cuadro a cada uno de los artistas con los que se topa), aparece Crac de Chevaliers como el próximo destino. El castillo de los Cruzados, entre otros muy diversos ocupantes.
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