Sí, efectivamente, los periodistas esto ya lo tenemos claro. Sin embargo, ante cualquier ejercicio que irrumpa en la economía debería existir una serie de decálogos o principios éticos que se conviertan en la pluma que guíe nuestros textos.
Esta situación ha ayudado a la proliferación de conferencias, charlas y otros encuentros donde se trata, entre profesionales de la comunicación, el papel a cumplir y la concieciación de lo que estamos haciendo mal con respecto a importantes actores de nuestra sociedad. En mi caso, y como es menester por mi especialización, se trataría del Islam y la Cultura Árabe. En un post anterior ya hablé sobre la conferencia que se celebró en mayo en la Universidad de Valencia sobre "El Islam en los medios de comunicación". En este encuentro se consensuó un borrador para lo que será el manual periodístico en los casos de cobertura de informaciones de este campo.
El año pasado tuvo lugar el encuentro "El papel de los medios de prensa en el desarrollo de la tolerancia y la comprensión mutua" en Baku (Azerbaiján). El evento, organizado por la República de Azerbaiján y la Secretaría General de la Organización de la Conferencia Islámica, acogió las palabras del director de El Corresponsal de Medio Oriente y África, Ricardo López Dusil de las que voy a destacar algunos párrafos.
"En primer lugar -y podría resultar innecesaria esta aclaración en este auditorio- hablar de mundo islámico es una generalización tan amplia como la de hacerlo del mundo católico, en el que están incluidos, por ejemplo, Italia y Bolivia. La visión de totales responde obviamente a visiones totalitarias. Si consideramos que actualmente profesan el Islam unas 1200 millones de personas, es decir, el 20 por ciento de la población mundial, la pretensión de situar ese enorme colectivo de personas en una misma clasificación es en el mejor de los casos una muestra de ignorancia y en el peor, un eje estratégico alentado por el integrismo conservador que encontró en la islamofobia la contraparte necesaria para sostener sus políticas de exclusión social y dominación económica".
La otra asociación ridícula frecuentemente usada en Occidente es la de musulmán y árabe, dado que los árabes, aunque mayoritariamente musulmanes, son sólo el 20 por ciento de los musulmanes del mundo. Si uno apela al imaginario dominante en Occidente de hace 50 años, pensar en un musulmán o en un árabe tenía connotaciones absolutamente distintas de las de hoy. Las mujeres, por ejemplo, remitían en el imaginario de nuestros padres o abuelos a la idea del refinamiento, la sensualidad, la atmósfera de las mil y una noches, el harén y la danza del vientre. Hoy, curiosamente, la imagen de la mujer musulmana que se transmite es la de la sumisión, la oscuridad, la represión. Entre una y otra imagen no hay otra cosa que una colosal carga de prejuicios y una visión estereotipada y etnocéntrica. Posiblemente, una y otra imagen estén igualmente lejos de la verdad. El tema central es que la imagen de aquellos años era inofensiva y la que pretende difundirse hoy claramente ofensiva y peligrosa.
(...) la mayor parte de las veces que la prensa se refiere a un clérigo shiita le agrega el adjetivo "radical", como si no existieran clérigos shiitas que no lo sean. Obviamente, la mayor parte de los periodistas que repiten las presuntas arengas de estos clérigos no hablan árabe ni farsí, por lo que la interpretación de sus sermones siempre viene del mismo traductor: la prensa militar o las grandes agencias de noticias que, como hemos visto anteriormente, tienen monopolizado el mercado de la información internacional en Occidente. Durante los 20 años que duró la ocupación militar israelí del Líbano, los contendientes principales fueron el Hezbollah, calificado casi siempre como "grupo terrorista", y el Ejército del Sur del Líbano, que no era otra cosa que una milicia irregular financiada, entrenada y equipada por Israel, es decir, una milicia de mercenarios. La simplificación de estos enfrentamientos en la prensa presentaba los combates como si hubieran sido librados por una banda terrorista de un lado y un ejército, es decir, tropas regulares, por el otro. Obviamente, este comentario no implica ningún juicio de valor sobre la naturaleza de los contendientes ni sobre sus estrategias de combate ni implica adhesión a sus objetivos o visión del mundo. Otro fenómeno al que la prensa le dio amplia difusión fue al de las acciones de los terroristas suicidas. Sistemáticamente se los buscó asociar a la naturaleza del Islam, según el cual los fanáticos que se inmolaban podían hacerlo porque la religión les prometía el encuentro con vírgenes en el Cielo. Ese argumento empezó a caer cuando surgieron entre los suicidas voluntarios no religiosos. Tampoco nadie supo explicar por qué no andaban suicidándose otros musulmanes devotos en otras partes del planeta en las que no había conflictos armados. Si uno se permitiera desmenuzar el lenguaje utilizado por los medios de prensa en el tratamiento de la guerra en Irak, encontraremos que los enfrentamientos casi siempre son entre "terroristas" y "militares", lo que implica, al ser simplificado el conflicto en esos términos, un juicio de valor subyacente y obviamente favorable a los intereses del Norte. Tendría una connotación diametralmente diferente en la opinión pública calificar a las partes como "tropas invasoras" y "milicias de la resistencia". Todo el mundo parece saber con claridad de qué hablamos cuando usamos el término terrorismo. Sin embargo, las Naciones Unidas no lograron establecer aún una definición universalmente aceptada del término por sus estados miembros. De tal manera, ese vacío abre las puertas para que el uso del término "terrorismo" sea, antes que una categorización jurídica, una definición política, que siempre será funcional a quienes ejerzan el poder o fijen la agenda política internacional. No serán los hechos concretos sino los intereses políticos los que nos digan entonces qué es el terrorismo. En la guerra, la palabra es una parte sustancial del botín del que las partes pretenden adueñarse. Tener el dominio de la palabra permite la instalación de eufemismos tales como "guerra preventiva", que podría traducirse como "guerra por las dudas"; "célula dormida", que formalmente no quiere decir nada, dado que una célula lo es si está operativa o si no no es nada; "asesinato selectivo" para morigerar el concepto llano de asesinato; "daños colaterales" para justificar el asesinato de no beligerantes.Recientemente, la prensa española hizo público que las autoridades marroquíes había detenido a "inmigrantes ilegales", obviando el detalle de que no eran inmigrantes, dado que no habían alcanzado a dejar su país, y tampoco ilegales. "Ilegal", en este caso, se usó como sinónimo de "marroquí". En los Estados Unidos, una encuesta reciente de Gallup reveló que el 39% de los norteamericanos admite tener prejuicios hacia los musulmanes, un tercio cree que los estadounidenses musulmanes simpatizan con la red terrorista Al Qaeda y casi un cuarto manifiesta que no querría tener a un musulmán de vecino. Otro estudio, aparecido en el Journal of Human Resources, muestra que los salarios para las personas de origen árabe o musulmán cayeron el 10% en los años siguientes a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Por otra parte, el Observatorio Europeo de Fenómenos Racistas muestra cómo el velo y el turbante, la mezquita y el inmigrante, son puntos de referencia de la fobia al Islam, de una intolerancia extrema en donde convergen el rechazo religioso, la xenofobia y el racismo. Además del uso de un discurso definido como "antiterrorista" por quienes fomentan la islamofobia, hay otro discurso que criminaliza al inmigrante musulmán, a quien se lo vincula al delito, el tráfico de drogas y la pérdida de fuentes de trabajo de la masa laboral local. Por supuesto, no trasciende que Europa recibe por cada euro que utiliza en asistir a estos inmigrantes tres euros por efecto de su trabajo. No es Europa la que ayuda a estos "inmigrantes ilegales" sino que son los "inmigrantes ilegales" los que contribuyen a la prosperidad europea. Los gobiernos omiten, y la prensa no lo ha difundido adecuadamente, que la inmigración ilegal es instrumental a la economía del primer mundo, que obtiene mano de obra barata para los tareas que los trabajadores locales no quieren desempeñar. La inmigración mantenida en la esfera de la ilegalidad permite flexibilizar y hasta ignorar las leyes que rigen las condiciones laborales. El mundo desarrollado aloja a millones de "trabajadores indocumentados" expulsados de sus países por la pobreza. Cada tanto, algunos cientos de ellos son retornados a sus lugares de origen para mantener ante la opinión pública la ilusión de que se trata de un fenómeno resistido por los gobiernos del primer mundo. Es francamente imposible que esas enormes masas de inmigrantes puedan permanecer en los países de acogida sin la decisión de los gobiernos, el empresariado ávido de mano de obra barata y la complicidad de los grandes medios. Así, la asociación entre Islam y fundamentalismo como regla general es una ilusión del mundo de las ideas funcional al discurso dominante en Occidente y también a los mismos islamistas radicales, quienes, considerándose los únicos depositarios de la verdad revelada, pretenden representar al Islam en su totalidad. La prensa occidental, salvo honrosas excepciones del periodismo escrito, no se ha mostrado lo suficientemente inclinada a reflejar el abanico de análisis diversos representativo del pensamiento islámico de hoy. Tampoco suele tomar en consideración que son los propios países islámicos los primeros afectados por el ejercicio del terrorismo y la mayoría de las veces de las represalias con las que se pretende combatirlo. Al periodista le esperan en estos días desafíos cada vez más complejos. La revolución de las comunicaciones ha acortado distancias entre mundos diversos, lo que ha hecho aparecer de manera más clara lo diferente. Pero aunque las diferencias irrumpen como aquello que no es asimilable a la propia identidad, tampoco debe verse como lo hostil. La figura de lo diferente lleva las señas del extranjero y el sentido de su irrupción -como señala el teólogo Javier Melloni- es el de una alteridad que apela a la propia identidad. ¿Es posible el respeto a lo diferente? ¿Es posible apreciar lo diferente y su valor por ser diferente? Ciertamente es posible y es también el único modo de entender las relaciones humanas".
Es cierto mucho de lo que dice este hombre. Nosotros los periodistas, que a veces nos quejamos de la poca cultura de mundo que existe entre las personas, somos los primeros en dibujar conceptos generalizados, en trazar las mentalidades de los lectores/televidentes/oyentes. Y, eso está mal. Nosotros solo estamos para informar, no para modelar costumbres y aptitudes. Ahora bien, yo misma lo intento en este blog, he de reconocer que me estoy encargando de ofrecer sobre todo un anti-punto de vista generalizado para con el Islam. De ahí que, a veces, muchos/as musulmanes/as piensen que soy una de ellos, que no es el caso, pero lo cual me dice que no lo estoy haciendo nada mal dando estos puntos 'a favor' de una sociedad que estoy conociendo directamente, incluida su (s) lengua(s).
Como dice Ricardo López del Corresponsal: "Existe una auténtica ingeniería de la persuasión, de manera que si queremos superar ese tipo de analfabetismo que muchas veces nos proponen, debemos aprender a decodificar el lenguaje de los medios y la jerarquía selectiva que se les da a las noticias. La lectura crítica de las informaciones emanadas desde el poder es un ejercicio indispensable, en primer lugar para los propios periodistas y luego, para los receptores de las noticias".
Así pues ambas partes somos responsables. Ya que los verdaderos responsables -los que son esa fuente de información: gobierno, oposición y otras entidades- no lo son, seámoslo nosotros.
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